“Los gobiernos de ideas cortas se comparecen con bastones largos”
Viernes 5 de agosto. Afuera hay una leve llovizna. El aula 108 de la facultad de Filosofía y Letras está tan colmada de gente que el calor humano se hace casi insoportable. Los estudiantes se codean. ¿Viene? ¿No viene? ¿Era sólo un rumor? Está por comenzar la jornada por la Noche de los Bastones Largos, y se rumorea que Cristina Kirchner cerrará el acto a las 19:30 hs.
Mientras me acomodo pienso varias cosas. La primera, que me asombra que los organizadores hayan elegido el aula magna y no la calle; la segunda, que estoy a punto de vivir un día histórico en la facultad. Los alumnos de Filosofía y Letras, que durante muchos años han tenido una fuerte impronta trotskista, hoy cantan enfervorizados “Vamos a volver”. Resulta casi imposible no dejarse llevar por la mística que recorre y atraviesa el aire. Durante la espera, se me ocurre que el aula 108 resulta doblemente simbólica porque sus paredes portan las fotos de los desaparecidos de la facultad. Esos cientos de rostros le imprimen a este espacio una connotación particular. No me resultan ni anónimos ni ajenos. Los miro cada vez que curso, y son la huella de un pasado demasiado doloroso que espero no estemos condenados a repetir eternamente.
[pullquote]Este ejercicio de reconstrucción histórica, de memoria emotiva, no es casual en un ámbito academicista como Filosofía y Letras. El mensaje es claro. Cristina intenta transmitir que el pueblo no lee la historia detrás de un escritorio. La vive. La hace. La construye. Más tarde retomará este mismo concepto cuando le pida a las agrupaciones estudiantiles que no se preocupen tanto por las llaves de la fotocopiadora, sino que lleven la llave del conocimiento a los barrios. [/pullquote]
Se abre la jornada. El panel está compuesto por figuras de renombre en el ámbito intelectual: Adriana Puiggrós, Daniel Filmus, Horacio González. También están presentes Graciela Morgade y Américo Cristofálo (decana y vice de la facultad) y algunos miembros del equipo de Científicos y Universitarios Autoconvocados. La noche de los Bastones Largos deviene la oportunidad perfecta para abordar el tema de la libertad de expresión. Se nombra más de una vez a Milagro Sala y a Hebe. Horacio González recalca que esta jornada de reflexión tiene mucho más de asamblea que de acto político: que estamos reunidos para debatir, y que esto resulta especialmente emblemático en un contexto donde todos nos encontramos “bajo libertad condicional”. El ex director de la Biblioteca Nacional afirma que mediante la indagatoria a Hebe el gobierno ha tocado “la fibra más sensible de la sociedad”. Hay fuertes manifestaciones de apoyo por parte de los estudiantes, que aplauden a rabiar.
Llega Cristina. El aula estalla. Poco a poco los cantos van cediendo terreno a un silencio casi reverencial. Y mientras estoy ahí sentada pienso que, más allá de las simpatías o filiaciones políticas, Cristina Kirchner sigue siendo una de las principales referentes del país. En principio y yendo al plano de lo concreto, ha logrado modificar la rutina de esta primera semana de clases: estoy segura de que en este momento no hay ni docentes ni estudiantes en las aulas, y que están todos agolpados en la puerta intentando entrar o al menos participar escuchando desde un costado. Pero hay algo más. La presencia de la ex presidenta genera una respuesta desde lo emocional. Hay una veta emotiva, visceral, muy cercana a la mística de Perón y Evita. Y esto es ciertamente un hito político que vale la pena tener en cuenta, independientemente de la postura política que cada cual decida adoptar.
Esta vez, Cristina no recurre a un saber enciclopédico sino que comienza rememorando su propia experiencia vital durante el gobierno de Onganía: cómo lo vivió, qué recuerda, qué imágenes evoca. Menciona que se acuerda de Onganía entrando a la Sociedad Rural en la carroza. También cuenta que durante su adolescencia la conmovió muy profundamente la muerte de Pampillón. Y comprendo el gesto político que yace detrás de esta construcción: Cristina está intentando articular la noción de memoria como patrimonio colectivo. La ex presidenta afirma que ella no leyó esa parte de la historia en un libro de texto escolar, que no la aprendió de memoria, sino que lisa y llanamente “fue contemporánea”. Su registro proviene de la experiencia, que es “única e intransferible”.
Este ejercicio de reconstrucción histórica, de memoria emotiva, no es casual en un ámbito academicista como Filosofía y Letras. El mensaje es claro. Cristina intenta transmitir que el pueblo no lee la historia detrás de un escritorio. La vive. La hace. La construye. Más tarde retomará este mismo concepto cuando le pida a las agrupaciones estudiantiles que no se preocupen tanto por las llaves de la fotocopiadora, sino que lleven la llave del conocimiento a los barrios. Recuerdo entones las palabras de Horacio González: esto no es un acto, sino una asamblea.
“¿Cuál es el símbolo de la noche de los Bastones Largos?” se pregunta la ex presidenta. Y habla de un hecho emblemático: el desmantelamiento de la primera computadora de Latinoamérica (“Clementina”) durante el gobierno de facto. El signo que recorrió esa oscura etapa de nuestra historia, que se extendió desde el golpe del ’66 hasta la última dictadura militar, fue el avasallamiento a la libertad de expresión y a la producción de sentido. Un modelo disciplinario que incluyó no sólo el encorsetamiento de distintas esferas del saber, sino directamente la humillación pública y la represión física de aquéllos que osaron oponerse a la voz autorizada. Manuel Sadoski, decano de la facultad de Ciencias Exactas, terminó con dos palazos en la cabeza cuando les preguntó a las fuerzas policiales por qué estaban cometiendo el atropello de intervenir la universidad. Luego, cientos de profesores e intelectuales emigraron en lo que se conoció como la “fuga de cerebros”.
“Los gobiernos de ideas cortas se comparecen con bastones muy largos” afirma Cristina. No puedo dejar de pensar que estas palabras tienen un eco especial en el marco de los últimos sucesos políticos del país: la detención de Milagro Sala, el intento de indagatoria a Hebe de Bonafini, la mirada policíaca sobre las publicaciones en las redes sociales, o incluso hechos menos renombrados como el juicio a la revista Barcelona. Hay un clima de profundo malestar social. Una cierta asfixia. La sensación de que debemos cuidar lo que decimos y sobre todo ante quiénes.
El peronismo es experto en buscar formas alternativas de decir. Quienes estudiamos Letras podríamos afirmar que todo cuadro peronista debe tener un amplio manejo del discurso: la ironía, la sutileza, la analogía. Décadas de proscripción han entrenado a militantes y dirigentes en el arte del lenguaje, ahí donde un error o una palabra de más bien podían valer la vida. Cristina es heredera de esta tradición. Ha logrado decir mucho sin necesidad de nombrar a nadie.
Salgo de la jornada pensando en la frase de Borges: “la censura es la madre de la metáfora”.