Un verdadero desafío. Eso representaba para un grupo médico estadounidense el caso de un hombre de 60 años, que durante tres años experimentó repetidos episodios de sudoración excesiva sin causa aparente.
El hombre en cuestión, cuya identidad quedó reservada, arrojó resultados normales ante las pruebas médicas que le practicaban. Pero, a pesar de estar “sano”, tenía un promedio de ocho episodios de sudoración excesiva, por varios minutos cada 24 a 32 días.
No fue sino hasta que durante una consulta el paciente comenzó a sudar, solo así los médicos que lo trataban pudieron encontrar la causa de su padecimiento. Cuando lo vieron sudar, notaron que también bajaba la cabeza y la metía entre sus manos; además y redujo las respuestas verbales durante unos dos minutos.
El caso quedó documentado en un estudio por dos especialistas de Wisconsin, Mark K. Chelmowski y George L. Morris; el mismo se publicó en Annals of Internal Medicine, con el objetivo de alertar a los médicos sobre una causa poco frecuente de sudoración excesiva.
Los médicos que participaron en la reveladora consulta detallaron que la sudoración era “profusa”; y que el paciente dejó un charco de sudor en la mesa en la que lo examinaban.
No obstante, se percataron de que los cambios en la capacidad de respuesta del paciente “sugerían un ataque”. Esa señal los llevó a practicarle una electroencefalografía ambulatoria y así llegaron a un diagnóstico inesperado. La causa de la sudoración era convulsiones en el lóbulo temporal.
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Un reto difícil de afrontar
Para Christopher Ransom, profesor asistente de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington; diagnosticar las convulsiones y la epilepsia suele ser un gran desafío.
“Las convulsiones pueden reproducir casi todo lo que somos capaces de experimentar, dependiendo de la parte del cerebro en que comienza un ataque y en qué parte del cerebro se contagia”, dijo.
Según Ransom, otro obstáculo al diagnosticar las convulsiones, es que los médicos confían en los autoinformes de un paciente.
Justamente, esto era lo que ocurría con el paciente protagonista del caso, solo detallaba en las consultas lo que vivía con la sudoración excesiva; pero jamás contó que experimentaba disminuciones de respuesta verbal, un síntoma neurológico.
Por tanto, los médicos con frecuencia tienen que hacer una prueba o ser testigos del ataque de un paciente para diagnosticar la causa de los síntomas.